Violencia de género es quizás la más escuchada en los medios, se ha extendido y es sufrida en muchos hogares, seguimos desprotegidas y esto se ha agravado por este confinamiento que nos ha traído la pandemia y que nos ha hecho convivir con nuestros agresores.
Puede ser violencia física, cuando conlleva acciones que provocan sufrimiento o daño físico y afecte a la integridad de las mujeres (hematomas, heridas, quemaduras, un empujón, etc).
Puede ser psicológica, que suele ser la puerta de entrada hacia otros tipos de violencia, se da en todo tipo de contextos y situaciones, ésta consiste en cualquier acción que sintamos que nos degrada como
personas o trata de controlar nuestras acciones o decisiones. Es más común de lo que pensamos y no tiene por qué alcanzar el hostigamiento o la humillación, puede ser acoso, restricción, manipulación, aislamiento, control...Ligado a lo anterior, nos encontramos con la violencia sexual, cualquier tipo de acoso, explotación, abuso o intimidación, sin importar en qué tipo de relación se dé, o que viole o amenace el derecho de una mujer a decidir sobre su sexualidad.
En mujeres embarazadas encontramos la violencia obstétrica, ejercida por el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos, expresados en un trato deshumanizado, con abuso de medicaciones y con patologización de los procesos naturales. Se manifiesta mediante la discriminación, burla o crítica a la mujer o su hijo.
También sufrimos violencia económica, la cual definiremos como todo acto que genere limitaciones con la intención de controlar el dinero o privar de medios económicos a una mujer para vivir de forma autónoma. Las mujeres seguimos cobrando menos. También se ejerce dentro de nuestros puestos de trabajo, ya sea con el acoso sexual, con el mobbing, con la explotación…
La violencia institucional es aquella mediante la cual funcionarios o autoridades dificultan, retrasan o impiden el acceso a la vida pública e imposibilita a las mujeres que la sufren a ejercer sus derechos.
Cada vez es más frecuente que se visibilice al Estado como agente de cometer formas de violencia, no solo porque sus agentes realicen actos de violencia física, psíquica y sexual, sino también por la responsabilidad que el Estado tiene en la prevención, sanción y erradicación de las violencias.
Es especialmente evidente en mujeres migrantes, muchas de ellas criminalizadas, explotadas y perseguidas, simplemente por estar en un país en el que no nacieron, pero que es tan suyo como nuestro, y en muchas ocasiones, están aquí al verse obligadas a huir de la violencia ya existente en su país de origen.
Todas estas, están recogidas y relacionadas, la violencia simbólica: recoge estereotipos, mensajes, valores o signos que transmiten y favorecen el hecho de que se repitan las relaciones basadas en la desigualdad, el machismo, la discriminación o naturalización de cualquier rol de subordinación de las mujeres. Es difícil de erradicar, ya que se encuentra anclada en la colectividad y la mera permisividad, la fortalece.
Además, conviene recordar las millones de mujeres que son víctimas de la trata, que son esclavizadas para abusar de su cuerpo, poner valor a su desempeño sexual y que son explotadas por delincuentes que se enriquecen con su sufrimiento.
La violencia contra las mujeres es una violación de derechos humanos, y un problema de salud pública que afecta a todos los niveles de la sociedad en todas las partes del mundo. Desde niñas hasta mujeres mayores, una de cada tres mujeres es golpeada, forzada a tener relaciones sexuales, o abusada de otra manera en su vida. Sin olvidarnos también de la violencia que ejerce la sociedad sobre nuestros cuerpos cuando nos criminaliza por sufrir violencia y ponerlo en evidencia.
El daño que causa la violencia va mucho más allá del daño físico. La violencia provoca depresión, ansiedad y puede provocar otros trastornos de salud mental, como trastorno de estrés post traumático, trastorno del sueño, trastorno de personalidad, trastornos alimenticios, trastorno bipolar, esquizofrenia, agorafobia, etc, favorece la aparición de enfermedades físicas como fibromialgia, síndrome de intestino irritable... También contribuye a la aparición de cánceres, enfermedades del corazón, accidentes cerebrovasculares y VIH/sida, pues las víctimas de la violencia a menudo tratan de hacer frente a sus experiencias traumáticas adoptando comportamientos de riesgo, como consumir tabaco, alcohol y drogas, así como con prácticas sexuales de riesgo.
La violencia puede producir daños emocionales y perjudicar nuestro desarrollo personal, hasta problemas psicológicos más graves que han llevado a muchas mujeres al suicidio. Todo esto provoca que una mujer que ha sufrido violencia encuentre más dificultades a la hora de enfrentarse a cualquier acto de la vida diaria, lo que para una persona que no padece ninguna enfermedad es un acto natural y sencillo, para una superviviente de cualquier tipo de violencia es un gran logro. La percepción social que se tiene de las enfermedades mentales, está relacionada con la ejecución de conductas violentas, provocando así una mayor dificultad de integración y marginación de las mujeres que los sufren.
El sistema de salud puede desempeñar un papel vital en responder y prevenir la violencia contra las mujeres. Este papel incluye identificar el abuso temprano, proporcionar tratamiento, y encaminar a las mujeres para que reciban atención adecuada. El equipo sanitario también debe trabajar para prevenir la violencia. Y como el abordaje de salud pública para la prevención estipula claramente, el primer paso en la prevención de la violencia es entenderla, y el sector de salud tiene un papel clave en ayudarnos a medir y comprender la violencia contra la mujer.
Pero el número de consultas crece y la respuesta no es temprana ni suficiente.
Cuando se ponen en perspectiva esas consecuencias sanitarias considerando el gran número de personas afectadas, se empieza a descubrir la magnitud del problema.
La intervención del sector salud en la violencia, debe ser mucho más que el simple registro del caso, lo cual es una respuesta pasiva al problema. No cabe duda de que es un problema de salud pública y por lo tanto debe tratarse como tal. Esto impone sistematizar la atención y fomentar nuevas actitudes hacia el problema.
La violencia no solo mata. Luchemos juntas para que todas las violencias que nos atraviesan, sean visibilizadas, denunciadas y combatidas.
Sororidad y apoyo mutuo.
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