Este es el comunicado de CNT para este año:
Las mujeres trabajadoras estamos desbordadas. Y estamos hartas.
Hartas
de soportar plenamente y sin recursos la responsabilidad de los
cuidados. Hartas de la división sexual del trabajo que feminiza sectores
convirtiéndolos en más precarios e invisibles (limpieza, alimentación,
sociosanitario, enseñanza, etc.), a pesar de ser imprescindibles para el
engranaje de este sistema.
Ya
son 2 años de gestión de la pandemia de la Covid-19, y en este tiempo
se ha demostrado una y otra vez que cada crisis nos golpea duramente a
las mujeres.
Estamos
desbordadas y hartas porque seguimos sin ver ningún cambio que acabe
con la brecha salarial, porque continúa agudizándose la precariedad y la
falta de contratación de las mujeres. Es un hecho que las mujeres
cogemos más excedencias no remuneradas para encargarnos de los cuidados y
que somos nosotras las que, en caso extremo, decidimos no incorporarnos
al mercado laboral para atender a las personas que dependen de
nosotras. Desde el inicio de la pandemia, el número de mujeres en esta
última situación ha aumentado en 150.000.
Todo esto, además de desbordarnos, nos empobrece.
El
teletrabajo, que parecía la solución en el ámbito laboral ante la
pandemia, nos ha enseñado la otra cara de la moneda, dado que lo
asumimos más nosotras que los hombres y esto acentúa nuestra labor como
cuidadoras y afecta a nuestra promoción. Es importante ver que aquí no
solo hay brecha laboral, sino que existe una brecha de clase. Y esto,
también nos desborda.
La parcialidad en los contratos es muchísimo mayor en mujeres que en hombres.
Somos
nosotras las que cargamos con la mayoría de los trabajos relacionados
con los cuidados y nos vemos en la necesidad de reducir nuestra jornada
laboral para hacernos responsables de trabajo no remunerado. Además, del
total de mujeres ocupadas, el porcentaje más alto (29,0 %) corresponde a
la ocupación de los servicios de restauración, personales, protección y
vendedores. Socialmente, se conoce que estas ocupaciones no solo están
feminizadas, sino que además son objeto de fraude en la contratación:
jornadas parciales que de forma efectiva son jornadas completas, etc.
La
mayoría de las mujeres migrantes residentes están desempleadas o no
cuentan con contrato laboral regularizado, y son muchas las que se
encuentran en situación administrativa irregular. Hay que acabar con la
explotación laboral a la que están sometidas estas mujeres, que no
denuncian por miedo a ser expulsadas, y exigir al Gobierno su
regularización.
El
Régimen Especial de Empleadas de Hogar es esclavista, sin derecho a
prestación por desempleo, sin acceso a la ley de riesgos laborales. El
despido es sin preaviso ni indemnización, sin contar la imposibilidad de
pedir bajas ni permisos por miedo al despido. Tampoco existe el derecho
de readmisión como ocurre en el resto de sectores.
No podemos olvidar el maltrato y abusos que sufren las empleadas en algunos lugares de trabajo.
Qué
decir del atraco a nuestras pensiones. El logro que nos vende el
Gobierno “más progresista de la historia”, junto con los ministerios
sindicales, no es más que el timo de la revalorización de pensiones y un
paso más en la privatización del sistema público de pensiones. Cuando
millones de hogares subsisten a duras penas con la pensión de una mujer,
bien sea jubilada, viuda o por discapacidad; en lugar de utilizar el
IPC interanual (5,6 %) para la revalorización, toman el IPC promedio
(2,5 %). Y no sólo este año, olvidémonos de recuperar el nivel perdido
en los últimos años.
Se hace lo mismo en los convenios: que aceptemos pulpo, como animal de compañía.
No
piensan aumentar el coeficiente de la pensión de viudedad, que debería
ser un 100 %, pero a muchas no se les llega a reconocer ni el 60 %, que
es seguir en la miseria.
La
otra agresión al sistema público de pensiones son los planes privados
de empresa. Equivalen al descuelgue de los convenios, pero peor:
debilitan nuestra capacidad de negociación, se escapan del control
público, podrán ser corrompidos y disminuyen los ingresos en el sistema.
Todas somos o seremos pensionistas.
Para
tener una pensión digna hay que empezar hoy, luchando por nuestros
derechos colectivos, contra las discriminaciones que dificultan la
independencia económica y denunciando que este calvario laboral se
traduce en una peor pensión. Avanzar es tomar conciencia de que el
problema de las pensiones de las trabajadoras va unido al resto de
condiciones laborales y vitales que se soportan.
Y,
por si fuera poco, la gota que colma el vaso: una nueva “reforma
laboral” en la que nada cambia para nosotras: la temporalidad sigue sin
resolverse, a pesar de que quieran maquillarla, llamando «indefinidos» a
contratos que permanecen atados a una naturaleza temporal, y sin tocar
las causas de los despidos ni las indemnizaciones. Tampoco se resuelve
la cuestión de las subcontratas y la externalización de trabajadoras,
cuyas consecuencias las van a padecer sectores tan precarizados como el
de las kellys.
Las
desigualdades y discriminaciones que sufrimos las mujeres son
estructurales y son consecuencia directa del actual sistema capitalista y
patriarcal, que utiliza la violencia y todos los recursos a su
disposición para mantener el orden social impuesto, y así, conseguir que
las estructuras del sistema y sus relaciones de poder sigan intactas.
Estamos desbordadas, estamos hartas y, sobre todo, estamos organizadas.
Para hacer frente a las desigualdades que debemos afrontar cada día, nos hacemos fuertes con CNT.
Somos
conscientes de la realidad que nos rodea, sabemos de las dificultades a
las que nos enfrentamos para sobrevivir dentro del sistema actual;
sobrevivir o malvivir, porque para muchas mujeres, el día a día es pura
supervivencia.
Queremos
tener vidas dignas de ser vividas, y para eso nos necesitamos unas a
las otras. Y no solo en este Estado: no podemos olvidar que a lo largo y
ancho del mundo millones de mujeres luchan cada día para cambiar las
cosas.
Desde
aquí, mandamos un saludo entusiasta y fraternal a todas las soñadoras y
luchadoras que sufren los rigores de la tiranía en todo el mundo: las
trabajadoras de las fábricas de Myanmar, Bangladesh, Marruecos… Las
compañeras kurdas, las zapatistas, las afganas…y todas las que no
nombramos aquí pero recordamos cada día.
Desde nuestra diversidad y circunstancias somos la misma clase, y nos mantenemos unidas.
Somos
diversas y por eso ponemos encima de la mesa una propuesta para acabar
con todo tipo de opresiones sociales, laborales y educativas, porque
todas somos igual de valiosas; sumaremos nuestras experiencias y saberes
para hacer frente a todas las desigualdades que sufrimos y conseguir
una sociedad más justa.
Somos
mujeres organizadas que luchamos contra la explotación, dando
importancia a los cuidados, y apoyándonos las unas a las otras para la
construcción de un mundo nuevo.
Un
mundo anarquista pero sobre todo, feminista, en el que se reconozcan
las fundamentales aportaciones que hacemos las mujeres en la sociedad,
hoy y siempre.
Ante el desborde, anarcofeministas en lucha.
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