8M. Las mujeres trabajadoras estamos desbordadas. Y estamos hartas.

Hartas de soportar plenamente y sin recursos la responsabilidad de los cuidados. Hartas de la división sexual del trabajo que feminiza sectores convirtiéndolos en más precarios e invisibles (limpieza, alimentación, sociosanitario, enseñanza, etc.), a pesar de ser imprescindibles para el engranaje de este sistema. 

Ya son 2 años de gestión de la pandemia de la Covid-19, y en este tiempo se ha demostrado una y otra vez que cada crisis nos golpea duramente a las mujeres. 

Estamos desbordadas y hartas porque seguimos sin ver ningún cambio que acabe con la brecha salarial, porque continúa agudizándose la precariedad y la falta de contratación de las mujeres. Es un hecho que las mujeres cogemos más excedencias no remuneradas para encargarnos de los cuidados y que somos nosotras las que, en caso extremo, decidimos no incorporarnos al mercado laboral para atender a las personas que dependen de nosotras. Desde el inicio de la pandemia, el número de mujeres en esta última situación ha aumentado en 150.000. 

Todo esto, además de desbordarnos, nos empobrece.

El teletrabajo, que parecía la solución en el ámbito laboral ante la pandemia, nos ha enseñado la otra cara de la moneda, dado que lo asumimos más nosotras que los hombres y esto acentúa nuestra labor como cuidadoras y afecta a nuestra promoción. Es importante ver que aquí no solo hay brecha laboral, sino que existe una brecha de clase. Y esto, también nos desborda.

La parcialidad en los contratos es muchísimo mayor en mujeres que en hombres. 

Somos nosotras las que cargamos con la mayoría de los trabajos relacionados con los cuidados y nos vemos en la necesidad de reducir nuestra jornada laboral para hacernos responsables de trabajo no

remunerado. Además, del total de mujeres ocupadas, el porcentaje más alto (29,0 %) corresponde a la ocupación de los servicios de restauración, personales, protección y vendedores. Socialmente, se conoce que estas ocupaciones no solo están feminizadas, sino que además son objeto de fraude en la contratación: jornadas parciales que de forma efectiva son jornadas completas, etc.

La mayoría de las mujeres migrantes residentes están desempleadas o no cuentan con contrato laboral regularizado, y son muchas las que se encuentran en situación administrativa irregular. Hay que acabar con la explotación laboral a la que están sometidas estas mujeres, que no denuncian por miedo a ser expulsadas, y exigir al Gobierno su regularización.

El Régimen Especial de Empleadas de Hogar es esclavista, sin derecho a prestación por desempleo, sin acceso a la ley de riesgos laborales. El despido es sin preaviso ni indemnización, sin contar la imposibilidad de pedir bajas ni permisos por miedo al despido. Tampoco existe el derecho de readmisión como ocurre en el resto de sectores.

No podemos olvidar el maltrato y abusos que sufren las empleadas en algunos lugares de trabajo.

Qué decir del atraco a nuestras pensiones. El logro que nos vende el Gobierno “más progresista de la historia”, junto con los ministerios sindicales, no es más que el timo de la revalorización de pensiones y un paso más en la privatización del sistema público de pensiones. Cuando millones de hogares subsisten a duras penas con la pensión de una mujer, bien sea jubilada, viuda o por discapacidad; en lugar de utilizar el IPC interanual (5,6 %) para la revalorización, toman el IPC promedio (2,5 %). Y no sólo este año, olvidémonos de recuperar el nivel perdido en los últimos años.

Se hace lo mismo en los convenios: que aceptemos pulpo, como animal de compañía.

No piensan aumentar el coeficiente de la pensión de viudedad, que debería ser un 100 %, pero a muchas no se les llega a reconocer ni el 60 %, que es seguir en la miseria. 

La otra agresión al sistema público de pensiones son los planes privados de empresa. Equivalen al descuelgue de los convenios, pero peor: debilitan nuestra capacidad de negociación, se escapan del control público, podrán ser corrompidos y disminuyen los ingresos en el sistema.

Todas somos o seremos pensionistas. 

Para tener una pensión digna hay que empezar hoy, luchando por nuestros derechos colectivos, contra las discriminaciones que dificultan la independencia económica y denunciando que este calvario laboral se traduce en una peor pensión. Avanzar es tomar conciencia de que el problema de las pensiones de las trabajadoras va unido al resto de condiciones laborales y vitales que se soportan.

Y, por si fuera poco, la gota que colma el vaso: una nueva “reforma laboral” en la que nada cambia para nosotras: la temporalidad sigue sin resolverse, a pesar de que quieran maquillarla, llamando «indefinidos» a contratos que permanecen atados a una naturaleza temporal, y sin tocar las causas de los despidos ni las indemnizaciones. Tampoco se resuelve la cuestión de las subcontratas y la externalización de trabajadoras, cuyas consecuencias las van a padecer sectores tan precarizados como el de las kellys.

Las desigualdades y discriminaciones que sufrimos las mujeres son estructurales y son consecuencia directa del actual sistema capitalista y patriarcal, que utiliza la violencia y todos los recursos a su disposición para mantener el orden social impuesto, y así, conseguir que las estructuras del sistema y sus relaciones de poder sigan intactas.

Estamos desbordadas, estamos hartas y, sobre todo, estamos organizadas. 

Para hacer frente a las desigualdades que debemos afrontar cada día, nos hacemos fuertes con CNT. 

Somos conscientes de la realidad que nos rodea, sabemos de las dificultades a las que nos enfrentamos para sobrevivir dentro del sistema actual; sobrevivir o malvivir, porque para muchas mujeres, el día a día es pura supervivencia. 

Queremos tener vidas dignas de ser vividas, y para eso nos necesitamos unas a las otras. Y no solo en este Estado: no podemos olvidar que a lo largo y ancho del mundo millones de mujeres luchan cada día para cambiar las cosas. 

Desde aquí, mandamos un saludo entusiasta y fraternal a todas las soñadoras y luchadoras que sufren los rigores de la tiranía en todo el mundo: las trabajadoras de las fábricas de Myanmar, Bangladesh, Marruecos… Las compañeras kurdas, las zapatistas, las afganas…y todas las que no nombramos aquí pero recordamos cada día.

Desde nuestra diversidad y circunstancias somos la misma clase, y nos mantenemos unidas.

Somos diversas y por eso ponemos encima de la mesa una propuesta para acabar con todo tipo de opresiones sociales, laborales y educativas, porque todas somos igual de valiosas; sumaremos nuestras experiencias y saberes para hacer frente a todas las desigualdades que sufrimos y conseguir una sociedad más justa.

Somos mujeres organizadas que luchamos contra la explotación, dando importancia a los cuidados, y apoyándonos las unas a las otras para la construcción de un mundo nuevo.

Un mundo anarquista pero sobre todo, feminista, en el que se reconozcan las fundamentales aportaciones que hacemos las mujeres en la sociedad, hoy y siempre. 

Ante el desborde, anarcofeministas en lucha.

Únete a CNT.

Extraído de la web cnt.es

 

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